En la trébede de mis gachas
la libélula aterrizó.
"¡Ay! ¡Quién pudiera catarlas!"
con desmayo lamentó.
Pues no hay bicho en la tierra,
ni señora, ni señor,
que ayune habiendo gachas
sin sentir gran estupor.
(Durante todas las mañanas del verano de 2011 una libélula roja aparecía por el patio de nuestra casa, y gustaba la muy puñetera de posarse sobre unas viejas trébedes medio oxidadas, y algunos otros objetos metálicos. Grata compañía fue, con su elegante vuelo surcando el azul cielo de Valdepeñas.)
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